De Fabio Porta.
No es una novedad: todos los años hay algún parlamentario (de centro, izquierda o derecha) que propone modificaciones más o menos radicales, de hecho hasta la eliminación de la Ley Italiana para la Ciudadanía. Ley basada sobre el derecho de sangre, universalmente conocida como “ius sanguinis”; un derecho que permite todavía hoy en día a cualquier italiano y a todos aquellos descendientes dentro y fuera de los límites del País, de que se le reconozca su propia ciudadanía independientemente del lugar de nacimiento. Para un país fundamentado en el trabajo y – agregaremos- sobre la emigración en el mundo, se trata no solamente de un debido homenaje a un pueblo difundido en todos los continentes sino que también en una oportunidad extraordinaria de crecimiento gracias a los vínculos que nuestras grandes comunidades en el exterior han querido y sabido mantener con la madre patria.
Lamentablemente la ignorancia de la misma ley y de sus presupuestos jurídicos, unida a una falta de conocimiento inmensamente tosco de la realidad de Italia y de los italianos en el mundo, está en el origen de estos constantes ataques a un derecho que por el contrario, debería ser preservado y posiblemente valorizado para que produzca sus efectos beneficiosos bajo todo punto de vista (demográfico, cultural, económico…). No es casualidad que la última propuesta de Ley que pretende limitar el “ius sanguinis” sea promovido por el Movimiento 5 Stelle, partido joven “ni de derecha ni de izquierda” (como ellos mismos de definen), que en esta legislatura ha gobernado con la Lega y con el Partido Democrático.
Los representantes de los italianos residentes en el exterior deberían estar de primer lugar defendiendo este derecho, los dieciocho parlamentarios electos por los seis millones de electores italianos en el mundo, muchos de ellos ciudadanos precisamente por el “ius sanguinis” que algunos políticos quieren discutir.
Por el contrario, estamos viendo un triste espectáculo caracterizado por la falta de acciones unitarias y orgánicas por parte de nuestros representantes, empezando por aquellos electos en Sudamérica que quizás más que otros deberían defender con argumentos serios y creíbles tal derecho.
El representante italo-argentino en el gobierno, haciendo suya la propuesta de la Lega de Salvini (que en el primer borrador de su decreto sobre la inmigración quería también él limitar el “ius sanguinis” a menos generaciones), propone una extraña discriminación en la cual los italianos de la tercera generación en adelante deberían presentar un examen de lengua italiana nivel B1 para que pueda ser reconocida su ciudadanía. Los diputados electos en Brasil, por el contrario, se hicieron notar por sus excesos (en manera diferente y contraria): uno perpetuando un silencio incomprensible y penoso, el otro despotricando de manera tal que raya en lo ridículo e inofensivo. Un argumento así de serio y delicado, de hecho, tendría que ser defendido con intervenciones articuladas y soportadas por motivaciones jurídicas y datos sociales y económicos. Por el contrario, hasta hoy no hemos escuchado la voz de un parlamentario electo y luego perdido, pero si hemos escuchado por parte de un italo- brasiliano insultos irrepetibles y seguramente indignos de un miembro del Parlamento contra su colega (con el resultado de debilitar la defensa del “ius sanguinis” y de descalificar nuestra representación parlamentaria; justamente todo lo que no necesitábamos).
La Italia de hoy, y más aquella del mañana, tendrá necesidad de cientos de miles de “nuevos italianos” para continuar creciendo y desarrollándose. La “recesión demográfica” es, desde hace algunos años, la verdadera emergencia económica y social de nuestro país. Por este simple motivo, solamente una efectiva y gran visión política de recepción e integración direccionada a todos aquellos que creen poder construir un futuro en nuestro país sería favorecedora y debería ser planificada con seriedad. Sin contraposiciones instrumentales ni contraproducentes entre emigrados e inmigrados y sin la demagogia del “primero los italianos” que –como han demostrado los “decretos Salvini”- se ha terminado de penalizar a todos, incluidos los italianos en el mundo.
El Partido Democrático ha demostrado en estos años que es la única fuerza política en grado de dar respuestas concretas a las complejas preguntas de los italianos en el mundo; otros no han tenido la fuerza parlamentaria (o el coraje) para hacerlo, o la seria visión política para construir un proyecto que vaya más allá de los slogan demagógicos o electorales. Los ataques miopes y simplistas sobre el “ius sanguinis” se propondrán de nuevo, desde la derecha a la izquierda pasando por el centro. Para contrastarlos no serán suficiente el cinismo de algunos gobernantes, ni el penoso silencio o las groserías vulgares de algunos parlamentarios; solamente el trabajo serio y creíble de nuestras asociaciones, de los Comites y Cgie y de quienes cumplen roles importantes en partidos políticos italianos podrán evitar que encuentren un terreno fértil para echar raíces. Trabajamos en esta dirección; los resultados no tardarán en llegar. Estoy seguro de ello.
Fabio Porta es sociólogo, Coordinador del Partido Democrático (DP) en Sudamérica, dos veces diputado elegido en la Circunscripción extranjera para el Parlamento Italiano. Autor de numerosas publicaciones y artículos para periódicos italianos y extranjeros, es Presidente del Patronato Ital-Uil de Brasil y de la Asociación de Amigos Italia-Brasil; Vicepresidente del ICPE (Instituto para la Cooperación con Países Extranjeros) y Vicepresidente de la Asociación FOCUS Europe.